Univision – Lo que hay detrás de la “guerra de clases” en San Francisco
Visto desde San Francisco y Silicon Valley, Douglas Rushkoff es un aguafiestas.
Mientras la industria tecnológica atravesaba una ola de inversiones sin precedentes —que creó más de 100 empresas con un valor supuesto de más de 1,000 millones de dólares—, este profesor de Economía Digital del Queens College de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY) escribía un libro que los criticaba duramente. En él explica por qué las empresas como Uber o Airbnb son nada más que una nueva versión de los señores feudales de la Edad Media que explotaban a la población de sus territorios.
Estas compañías, argumenta Rushkoff, están diseñadas para crecer a toda costa y extraer todo el valor posible de las comunidades que las sustentan. Pero no generan prosperidad.
En su visión, hacen lo mismo que Walmart con los comercios pequeños de las localidades donde se instala: dominan un mercado hasta que los competidores no se pueden sostener y luego imponen sus condiciones a los consumidores, de quienes encima venden su información personal al mejor postor.
Más que emprendedores idealistas que quieren cambiar el mundo, el Silicon Valley de Rushkoff está lleno de gente ambiciosa que se dio cuenta que el camino a integrar el 1% en la cima de la pirámide socioeconómica es crear una empresa con potencial de ser un monopolio extractivo. Y luego, venderla.
El título del libro, “Tirando piedras al autobús de Google”, se inspira en un incidente de hace un par de años, cuando residentes de Oakland, la ciudad vecina de San Francisco, atacaron uno de los vehículos que transportan empleados de la gigante tecnológica, frustrados por cómo su vida se hace más difícil y cara por la llegada de la nueva clase digital a sus barrios.
Es una expresión muy literal de la desigualdad que, Rushkoff advierte, está en el centro del modelo económico de la industria tecnológica y que se vive cada día en las calles de San Francisco.
— El título de tu libro es muy físico, muy concreto. ¿Así como San Francisco se ha convertido en una especie de campo de batalla de la guerra de clases, crees que esto pasará en otras ciudades?
— San Francisco es el frente de batalla, no sólo en lo real sino en lo simbólico. La cultura y la identidad de San Francisco fueron usadas para vendernos la tecnología digital al resto de nosotros, esa identidad de compartir, de comunidad, la izquierda, el potencial humano, la espiritualidad, la acción colectiva. Todo esto fue parte de la ciberrevolución inicial. Ahora, es como que esa cultura e identidad han sido cooptadas por las corporaciones como un valor de marca. Es la manera en que se venden y en que hacen pasar una explotación descarnada como una forma de compartir o de evolución humana. Es un poco irónico. Pero también, al contrario de lo que muchos pensamos, el poder de la era digital está muy centralizado geográficamente. Estas tecnologías parecen ser ‘des-centralizantes’ pero Silicon Valley sigue siendo el centro y junto con Wall Street siguen siendo los focos del poder. Por eso, vemos el contraste entre los que están involucrados en estas corporaciones y la pobreza de todos los que viven a su alrededor. Todos somos afectados por la parte abstracta de estas compañías, pero no todos tenemos que vivir en el mismo lugar en que viven los ricos de estas compañías. Por eso, la disparidad de riqueza parece tan extrema allí.
— Entonces no te imaginas que esta clase alta tecnológica se expanda a otros lugares.
— Lo vemos en Nueva York. La gente como yo tuvo que dejar Manhattan e incluso Brooklyn porque no podíamos permitirnos vivir ahí (…) Pero no ves (las clases sociales) una junto a la otra, igual que en San Francisco.
— Con todo lo que los Papeles de Panamá revelaron sobre inversiones inmobiliarias, ¿es más apropiado pensar en élites globales que eligen algunos lugares para instalarse?
— Sí, de cierta manera es una clase de gente que vive fuera de nuestra realidad. Su sistema bancario, su sistema de dinero, están tan desconectados que es interesante. No debería sorprenderme, pero muchos son líderes de gobiernos, gente que debería estar más involucrada en la realidad física y municipal que la mayoría de nosotros.
— Es que los gobiernos locales están muy cerca del poder económico, como cuando acusan al alcalde de San Francisco, Ed Lee, de estar “casado” con los empresarios tecnológicos.
— Tenemos que dejar de ver esto como un tipo de corrupción. Es un sistema que está funcionando como fue programado para hacerlo. La gente que llamamos corrupta está siguiendo al sistema en la manera en que se supone que debe funcionar. No están haciendo lo correcto, pero no se trata de eso. Cuando las corporaciones extraen valor de las comunidades y lo convierten en el precio de sus acciones, eso es porque el sistema de impuestos las castiga si no lo hacen, si ganan dinero de verdad, si pagan dividendos a sus accionistas. Lo que intento es que la gente sea más consciente del sistema.
— Tratas de no volverlo una acusación moral, de que sean malas o buenas.
— Soy una persona con valores morales, pero trato de no hacer un argumento basado en la moralidad. Trato de proponer negocios más eficaces y con mejores ganancias. En lugar de pedir negocios más morales y éticos, que lo hace sonar como que hay que sacrificar prosperidad para ser mejores, mi punto es que las corporaciones están sufriendo. Las ganancias están a la baja, las empresas se están canibalizando para crear una fantasía de crecimiento para sus accionistas. Si puedes ver que el sector privado necesita reformas tanto como las clases bajas, entonces te das cuenta que no se trata de poner en riesgo el éxito de negocios para lograr el bien común. Se trata de cambiar el ‘sistema operativo’ de la economía para que las empresas puedan tener éxito de una manera que beneficie a más gente. Hay un movimiento llamado ‘Milmillonarios por Bernie’ (Sanders), y se trata de eso, de ganar más dinero de una forma no extractiva.
— ¿Ves que la campaña de Sanders, de hecho, aborda muchos de estos temas?
— Sí, él tiene razón en que la clase multimillonaria tiene todo el dinero pero, al no ir más lejos en su discurso, él deja a la gente pensando que se trata de una guerra de clases contra estos milmillonarios. Lo que hay que hacer es hablar de las políticas que promoverían el fluir del dinero (en la sociedad) en vez de la extracción de dinero. (…) Él debería proponer que reviertan la multa que sufren los dividendos (a accionistas), dar vuelta la política de impuestos. Que la gente con ganancias de capital (por vender una empresa o activo) tenga una tasa más alta y los que reciben dividendos (por invertir en una compañía), una más baja. Cuando lo miras como si fuera un programa de computación, y no una situación natural, se vuelve simple.
— Es interesante que dices que esta lógica se extiende a las startups, que en lugar de querer cambiar el mundo, lo que buscan es venderse a otra empresa.
— De eso se trata. Muchas empiezan con una idea para un app o programa que ayudará al mundo, pero una vez que reciben dinero de un capitalista de riesgo se dan cuenta que lo que tienen que hacer es vender la compañía en menos de dos años. Si quieres hacer eso, tienes que abandonar lo que ibas a hacer. Eso es lo que llaman un pívot, cuando abandonas tu idea de negocio para poder venderlo. No es malvado, es nada más que un juego. Sobre todo para los jóvenes, lo ven como un juego: ‘Mark Zuckerberg ganó este juego, ¿cómo puedo ganarlo yo?’ Entonces, ¿por qué no crear una startup que ya hizo su pívot? Me busco una idea que venderle a los capitalistas de riesgo, luego creamos la impresión de que tenemos un monopolio, una empresa que alguien debería comprar. Entonces nos llevamos nuestra recompensa. Terminas creando una compañía cuyo único objetivo es ser vendida.
— En ese contexto, ¿sería positivo que se frene la ola de inversiones de capital este año, como se espera en Silicon Valley?
— Sí. Deberíamos estar contentos de que muchos jóvenes desarrolladores están leyendo cosas como las que escribo yo o están viendo el show de Mike Judge, “Silicon Valley”, que es una comedia de HBO pero es la mejor educación posible sobre cómo funciona esto y qué es lo que hay que evitar. Están tomando menos capital, se están dando cuenta de que es mejor recibir menos dinero y tener una valuación menor en su empresa. Al recibir menos inversión, sus empresas no necesitan ganar tanto dinero, tienen más tiempo antes de tener que lograr esas (grandes) ganancias y no tienen que decepcionar a sus inversionistas. Pero hay dos tipos de emprendedores: los que quieren crear una empresa interesante y ganar algo de dinero y aquellos a los que no les interesa su empresa y quieren tener una chance en 10,000 de ganar la lotería.
— Sé que estuviste en San Francisco en estos días. ¿Cuando estás ahí, ves tus argumentos en la vida real, en la calle?
— Fue un poco espeluznante, la verdad. Antes, iba a San Francisco para recibir una especie de recarga espiritual. Era el lugar donde la gente loca, espiritual, estaba haciendo cosas interesantes. Volvía a Nueva York y contaba historias de tanta gente loca y maravillosa que tenía otra visión de la realidad, más enfocada en lo humano. Y ahora, es una locura: todos hablan de dinero y su startup. Al final, es como que yo, con mis charlas, era el que les traía los valores de la Costa Oeste. Yo era el que hablaba de enfocarse en los seres humanos, recordar para qué estamos en este planeta. Soy el neoyorquino, el profesor de Economía, y vengo a San Francisco para hablarles a ellos de la realidad emocional y tierna que están dejando atrás. Me sorprendió mucho.